jueves, 19 de junio de 2025

Advertencia: mi pluma está filosa. "Lo que no te enseñan los libros sobre las Residencias Médicas en Paraguay"

 Recuerdo, como si fuera ayer, mi primer año de residencia. Mi corazón estaba cargado de ideales, ilusiones y un férreo patriotismo. Haber atravesado el sistema de exámenes del CONAREM ya había sido un desafío enorme. Pensaba: “Estoy preparada para la residencia. No vine a perder el tiempo, vine a aprender. Sé que será difícil y pondrá a prueba todos los rincones de mi humanidad, pero estoy lista”.


Claro está que cada residencia guarda su propia dificultad, y mucho depende de cómo se desenvuelven sus propios miembros: jefes, co-residentes y superiores. Aprender a construir el vínculo con los pacientes, con sus familiares, dominar la ciencia propia de mi especialidad, sobrevivir a las guardias... Esa gente terminó convirtiéndose en mi familia.


Reconozco que el primer año fue aún más desafiante de lo que imaginé. La mayoría no dimensiona que, si no se trabaja en equipo, el sistema público está diseñado para devorar alma y cuerpo del residente. La irresponsabilidad de un miembro del equipo se subsana sobrecargando a otro. Ya nos lo habían advertido, aunque jamás se sintió tan real como ese primer año. Fue un año duro. Sin embargo, no tenía aún la pericia para mirar más allá del sistema, para entender que mi altruismo y mi deseo de servir, más adelante, se volverían mis peores enemigos.


El segundo año fue revelador. Uno asume una leve posición jerárquica, un rol de guía hacia los nuevos residentes. Algunos se convierten en faros: iluminan el camino, ofrecen dirección, consuelo, sentido. Otros, en cambio, se transforman en tormentas.


Bien dicen que basta un poco de poder para revelar la naturaleza del corazón humano. Sin embargo, esa jerarquía ficticia, impuesta para mantener un supuesto orden, no fue lo más revelador. Lo más desafiante fue caer en cuenta de que muchos especialistas estaban muy lejos de aquel ideal que imaginaba. Algunos, quizás ya presos del sistema… o de sí mismos.


He conocido personalidades pintorescas:

Desde aquellos que creen que un grito impone respeto, y viven con un conflicto interno constante, percibiendo amenazas en cada mirada, en cada gesto.

A quienes carecen de sabiduría para la introspección, y desprecian la lectura o la actualización, jactándose de poder diagnosticar "a ojo", como si la ignorancia y la negligencia fueran medallas de honor.

He conocido colegas sin empatía, incapaces de acompañar procesos humanos, ni de consultantes ni de compañeros.

Y he visto cómo algunos arrastran la inmoralidad de sus vidas privadas al ámbito profesional, armando espectáculos que ellos mismos insisten en mantener vivos, sedientos de luces, aplausos o lágrimas… lo que sea para mantener su teatro en pie.


He conocido la corrupción, el silencio, las lágrimas… y la muerte.


Como decía, el segundo año fue revelador. Me mostró la crudeza de un sistema donde muchos, ingenuos o ambiciosos, caen seducidos por la comodidad del trabajo mediocre, el desinterés ético, o el espectáculo del chisme. Sobrevivir también significó enfrentar a esos “Vejestorios”, jóvenes solo de edad, con almas podridas tal vez desde tiempos de dictadura, que aún creen que la opresión, el maltrato o una voz en trueno son formas válidas de imponer respeto. Les falta mucho para siquiera comprender el verdadero significado de esa palabra.


Aun así, ese año me permitió también conocer profesionales con todas las letras. Personas que entienden el servicio humano detrás de cada palabra, detrás de cada intervención. No necesitan validación externa: poseen la experticia en su ciencia y la calidez para transmitirla. Qué bella es la humildad y serenidad que habita en esas almas. Ellas me mostraron el camino que quiero seguir.


El tercer año continúa sorprendiéndome. El observador —yo— ya no lleva los mismos lentes, por lo que cada experiencia se vive desde otra mirada, desde otra conciencia. Y aunque aún quedan desafíos, dejo un consejo a los novatos que pisan por primera vez este sistema:


''La residencia es solo una etapa, no es tu vida entera''

Pero hay días en que parece tragárselo todo.

Te va a sacudir las certezas, desbordarte el alma,

y enfrentarte a un sistema que muchas veces no quiere salvar,

solo sostenerse.


Vas a sentir rabia, impotencia, soledad.

Y aún así, vas a quedarte.

Porque hay algo que sigue ardiendo dentro tuyo,

algo que el cinismo todavía no logró apagar..


Te va a romper. Más de una vez.

Y aun así, cada pedazo roto puede volverse filo.


Y si al final de todo esto salís con menos fe en el sistema,

pero más fe en vos mismo, entonces sí: sobreviviste.

Y lo hiciste sin traicionarte.

Eso no lo enseñan los libros.

Eso lo enseñan las cicatrices.


Porque el sistema no siempre premia a los justos,

pero nunca podrá apagar del todo, la llama de quien arde con sentido

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